01 agosto 2006

QUARTETT de Heiner Müller

a partir del 8 de AGOSTO

MARTES 20:00 (Entrada general: $12.-)
VIERNES Y SÁBADOS 23:15 (Entrada general: $ 20.-)
RESERVAS ANTICIPADAS: AL 4862-5439 o
elkafka@netizen.com.ar
Quartett
de HEINER MÜLLER
Versión literal: Gabriela Massuh
Versión escénica: Bertuccio-Pelicori-Peña-Szuchmacher


con INGRID PELICORI y HORACIO PEÑA

Diseño gráfico: Mariana Rovito
Fotografía: Magdalena Viggiani
Prensa: Duche & Zárate
Operador de Luces: Fernando Berreta
Producción Ejecutiva: Paula Travnik-Gabriel Cabrera
Diseño de Iluminación: Gonzalo Córdova
Diseño de escenografía y vestuario: Jorge Ferrari
Dramaturgia: Marcelo Bertuccio


Dirección: RUBÉN SZUCHMACHER

Auspiciada por FUNDACIÓN SZTERENFELD



Hace diez años, en 1996, Ingrid Pelicori, Horacio Peña y Rubén Szuchmacher estrenaban “Decadencia” de Steven Berkoff, en la sala Cunill Cabanillas del Teatro San Martín. Lo que parecía ser un espectáculo más en la trayectoria de estos tres artistas, fue, en realidad, la base para la creación de una pequeña compañía teatral. A partir de allí, se estrenaron “Polvo Eres”, de Harold Pinter (1997), en Babilonia; Martes Eróticos, de autores varios, (1998) en Babilonia; Amor de Don Perlimplin con Belisa en su Jardín, de Federico García Lorca (1998), en Bibliotecas de la ciudad de Buenos Aires; “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges (2000), en la Biblioteca Miguel Cané; “Extinción”, de Iñigo Ramírez de Haro (2002), en El portón de Sánchez. En esos espectáculos tuvieron la colaboración de Edgardo Rudnitzky (codirector en “Amor de don Perlimplin…” y “La biblioteca…”), Jorge Ferrari, Gonzalo Córdova, Ernesto Diz, Roberto Castro, Pablo Caramelo, Rita Cosentino, Cristian Drut, Graciela Schuster, entre otros.
A los numerosos premios obtenidos por los espectáculos se agregan las presentaciones realizadas en el interior del país y en los Festivales Theater der Welt, en dos oportunidades, en el Festival de Otoño (Madrid), el Festival de Teatro Iberoamericano (Cádiz), Festival de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).

Quartett
Esta obra de Heiner Müller fue presentada por esta compañía, por única vez, en una versión semimontada en el marco de “Teatrísimo”, ciclo a beneficio de la Casa del Teatro, en el teatro Presidente Alvear en 2000. A partir de allí, estuvo en los planes de trabajo. Finalmente fue elegida para celebrar estos diez años de trabajo constante y fructífero.


Notas y Críticas

http://www.laprensa.com.ar/secciones/nota.asp?ed=2139&tp=11&no=69573

http://diarionco.com/blog/index.php?blog=10&title=quartett_el_cinismo_de_las_relaciones_pe&more=1&c=1&tb=1&pb=1#comments

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-2820-2006-08-11.html

http://www.lanacion.com.ar/entretenimientos/nota.asp?nota_id=832410

http://www.noticias.uol.com.ar/edicion_1548/seccion_teatro.htm

http://www.larepublica.com.uy/lr3/?a=nota&n=221503&e=2006-08-27

LA NACION:
Magnífica versión de un texto de Müller


Nuestra opinión: muy bueno

En "Quartett", el alemán Heiner Müller propone una severa relectura, para la escena, de la novela "Las relaciones peligrosas", de Choderlos de Laclos. En unas pocas páginas sintetiza algunos de los valores primordiales de aquel texto de fines del siglo XIX y lo hace con un fuerte criterio literario pero, también, con una compleja mirada sobre la actuación. En esta pieza sólo los personajes Merteuil y Valmont dan cuenta de un convulsionado mundo social y personal. Ya ha pasado tiempo de la intensa relación que los reunía, se reencuentran y sus palabras no sólo exponen lo que fueron, sino que, fundamentalmente, aquello que son hoy. Cada frase que cruzan en sus diálogos es de una potencia agobiante. Verdaderamente desnudan sus conciencias. En esos textos hay seducción, pasión, agresión, ironía y una profunda cuota de venganza, además de dolor. Pero una fuerte poesía trasciende todos esos valores y esos dichos terribles se convierten en puro placer para el oído. Allí queda expuesta la maestría de Heiner Müller. Pero si en esta versión de la narrativa de Laclos las palabras adquieren un valor de suma importancia, los cuerpos que las disparan deben tener un potencial energético singular. De lo contrario su destino es el vacío y esos personajes se transforman en mera basura. Heiner Müller necesita que su intención se transforme en una provocación que promueva, primero, una fuerte conmoción y, luego, una seria reflexión en el espectador. Juega a fondo con la sexualidad de sus criaturas -el dato no puede dejarse de lado- y eso carga las tintas sobre una escena que exige extrema vitalidad. El valor de la palabra En la puesta que acaba de estrenarse en ElKafka estas cuestiones están priorizadas y con resultados muy eficaces. Hay una profunda investigación sobre el verdadero valor de las palabras de Müller (en ese sentido es muy destacado el trabajo de dramaturgia de Marcelo Bertuccio) en relación con una corporalidad y un juego en el espacio que es siempre potente. Así la acción avanza a un ritmo preciso y el mundo íntimo de Mertuil y Valmont atrapa por su tremenda carnalidad. En un ámbito casi despojado (resultan muy inquietantes los trabajos de Jorge Ferrari en la escenografía y Gonzalo Córdova en la iluminación) en el que los personajes están realzados y expuestos en su verdadera dimensión, Ingrid Pelicori y Horacio Peña desarrollan un trabajo muy ajustado. Cada texto, cada acción y hasta cada gesto perturban por su calidad dramática. La dirección de Rubén Szuchmacher es sumamente precisa. Trabaja minuciosamente sobre cada situación creada por Müller y la revaloriza con extrema seguridad. El mundo que genera es sin duda el del autor alemán, pero también acerca una elocuente opinión sobre esta actualidad y deja a la platea verdaderamente conmocionada.

Carlos Pacheco


Revista NOTICIAS

Relaciones peligrosas

Por Ernesto Schoo

Calificación: * * * * *

La novela original se titula "Les liaisons dangereuses" (Las relaciones peligrosas), publicada en 1782 por un militar francés, Pierre Choderlos de Laclos (1741-1803), que la había escrito para atenuar su aburrimiento estando de guarnición en la isla de Ré. Fue un éxito colosal, ante todo de escándalo, porque el autor denunciaba la corrupción y la perversidad de la clase alta francesa de su tiempo, y los lectores se desesperaban por identificar a los modelos vivientes de los personajes. Traducida a muchos idiomas, pirateada, plagiada, "Las relaciones peligrosas" se inscribe en la tradición del género epistolar y, con el pretexto de impartir lecciones de moral, en la pornografía elegante del siglo XVIII. Nuestro público sabe ya de qué se trata. No porque haya leído la novela (un esfuerzo improbable hoy: 400 páginas de apretada tipografía en la traducción española -¡de 1835!- editada por Seix Barral en 1968), sino porque el cine y el teatro abundaron en transcripciones. Para resumir: la marquesa y su antiguo amante, el vizconde, corrompen a la virtuosa Madame de Tourvel, que muere de amor (por Valmont, aún sabiendo que la ha condenado) y de culpa, y a la liviana adolescente, Cécile, encantada de explorar los territorios del sexo. Encarnizados en su furor destructivo, ambos son víctimas de su propio odio a la vida: él es envenenado por la Merteuil, ella saluda casi con alegría al cáncer que la aniquilará. Cruel, implacable, obsceno, magnífico, Müller no vacila ante la escatología más repulsiva, sin embargo, de una poesía deslumbrante. La carne, la fisiología, los fluidos que circulan por nuestros cuerpos, ajenos al control mental, la contradicción entre la materia y la conciencia que pretende en vano domarla, son los temas del formidable texto de Laclos por Müller.En un espectáculo de singular refinamiento plástico, minimalista en su reducción a lo esencial, Ingrid Pelicori y Horacio Peña llegan a una cumbre interpretativa que pocos alcanzan. Se han fogueado, durante los últimos diez años, en diversos textos de calidad, a partir de aquella inolvidable "Decadencia", en el San Martín, también conducidos por Rubén Szuchmacher. Y dicen sus parlamentos con una dicción perfecta, que dispensa el placer de no perder ni una sílaba de un libreto magnífico. Los tres, actores y director, se identifican con la poesía arrasadora y feroz de la obra, fascinan al público, lo someten a una plenitud de belleza y de horror.

Diario LA REPUBLICA de MONTEVIDEO, URUGUAY

OBRA DE DE HEINER MÜLLER, EN ELKAFKA, BUENOS AIRES
Quartett: la memoria como pólvora

Rubén Szuchmacher, con Ingrid Pelicori y Horacio Peña, todo un equipo nacido con "Decadencia", podría aspirar a ser un espejo, muy cruel, del teatro uruguayo. Esta es la tercera vez que pone en escena obras que, antes o después, se han dado en nuestro medio: La primera fue "Decadencia" de Steven Berkoff; la segunda "Polvo eres" de Harold Pinter; la tercera es esta, "Quartett" de Müller; peligrosamente para la puesta en escena de "El Galpón", Szuchmacher realizará el año próximo "La muerte de un viajante" de Arthur Miller.

JORGE ARIAS
Heiner Müller: su hilo conductor es el tiempo y su duplicado, la memoria.
La diferencia con las versiones locales es tal que muchas veces no se cree que estemos ante las mismas piezas y aún ante la misma traducción. "Decadencia" por Szuchmacher era un frasco de vitriolo arrojado al rostro de los espectadores; la dirigida por Campodónico un refresco light levemente acidulado. "Polvo eres" en nuestro medio fue una fría ilustración de una historia que nunca se supo en qué consistía; la versión de Szuchmacher era conmovedora. "Quartett" de Heiner Müller es, en "Elkafka" una obra rotunda de una teatralidad inmediata; la puesta en escena de Eduardo Schinca mostraba una pieza tan incomprensible como incomprendida y, hasta donde se podía entender, una idea errónea del sentido de la obra No tenemos ningún inconveniente en confesar que descreímos hasta del autor con la versión montevideana, y que sólo la lectura posterior del texto pudo justificarla. ¿Cuál es la razón de tanta distancia artística? Admiramos (y disfrutamos) el vertiginoso psiqueo y los conocimientos de arte de Szuchmacher; no creemos que el punto sea una cuestión de cociente intelectual ni de ciencia del teatro.
La explicación es que, con buenas o malas excusas, pero siempre con excusas, nuestro teatro se conforma con hacerlo a medias. Tenemos la convicción de que los libretos se eligen casi al azar, y que producido este sorteo y con la ayuda de Dios el director empieza a ensayar la obra sin preocuparse tanto del libreto que el dramaturgo, bien o mal, ha pergeñado, como de lo que hará para su brillo como director. En la mayoría de los casos se procede como lo hizo en la Argentina Augusto Fernandes, por ejemplo en "Los pretendientes de la corona" de Ibsen y como solían hacer en nuestro medio Omar Grasso y Aderbal Freire: toqueteos irresponsables, como los anacronismos deliberados (armas automáticas en la Antigüedad, trajes cruzados de 1950 en la Roma imperial, teléfonos y micrófonos en el siglo XVIII) supresión e invención de personajes, generalmente payasos o bufones que los textos no mencionan. Aún, pese a la casi sádica obsesión de "cortar", se nos obsequian parlamentos superfluos y raptos poéticos propios del director. Estas modificaciones en algún caso pueden ser una necesidad, en otros pueden ser un hallazgo: todo aporte del director debe cumplir dos premisas. La primera, un conocimiento en profundidad de la obra, como sólo el estudio puede dar, para saber, así sea mínimamente, lo que está haciendo; la segunda, que las modificaciones sucedan en la dirección del autor y que se articulen con la pieza.
Sintomáticamente en "Quartett" Szuchmacher ha dejado todo intacto, hasta el título original. Su puesta en escena consiste en mostrar qué hizo Müller con Laclos, y por qué lo hizo: no hay ninguno de los gestos convencionales por los que en nuestro medio se pregona que hay un director con "inquietudes". La novela de Laclos, bien leída, concluye con una reivindicación de la virtud: Valmont muere o se hace matar en un duelo y la marquesa de Merteuil (Ingrid Pelicori) padece el descrédito y una enfermedad de la piel. Pero Müller los hace portaestandartes de sus ideas y hasta su paño de lágrimas, como cuando Valmont (Horacio Peña) alude al suicidio de Inge, la mujer de Müller, con el gas de la cocina (1966). Müller, como lo prueban sus versiones del teatro y la mitología griega, es mucho más afín a los clásicos que Laclos; si Laclos no era cristiano y murió sin sacramentos en un país que ya no existe, Müller, que leyó a Montaigne, a Nietzsche y probablemente a Klages, y que vivió también en un país que ya no existe, la RDA, es aún menos creyente. El pasado, o la memoria no tienen relevancia en Laclos, en tanto que el hilo conductor de Müller es el tiempo y su duplicado, la memoria. Véase este desolado fragmento de Quartett: "Una imagen fecunda: el museo de nuestro amores. Nuestra memoria necesita muletas: uno no se acuerda de las diversas curvas de los traseros, sin hablar de los rostros: una bruma".
Müller es un discípulo de Brecht, a quien sucedió en la dirección del "Berliner Ensemble", aunque supo, y así lo escribió, que seguirlo sin crítica era traicionarlo. No en vano había dejado Brecht en un poema esta exhortación:"¡Loada sea la duda! Os aconsejo que saludéis/ serenamente y con respeto/ a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa.../ ¡Oh hermoso gesto de sacudir la cabeza/ ante la indiscutible verdad!". Brecht pudo dudar del porvenir del hombre, ante el nazismo primero y ante los crímenes del stalinismo después; pero Müller es aún más escéptico. Ha visto demasiado: vivió y sufrió bajo el nazismo, vio la desintegración de las Unión Soviética, residió en la República Democrática Alemana y en la Alemania unificada. Su escepticismo no está sólo en aquella terrible frase de Hamlet, en "Máquina Hamlet", ante el féretro de su padre: "...tienes un agujero de más. Yo hubiera querido que le faltara uno a mi madre, cuando eras de carne: me habría ahorrado a mí mismo. Se debería coser a las mujeres, un mundo sin madres"; está también en esta frase, al final de "Quartett": "Soy una enciclopedia que agoniza, cada palabra es una piedra de sangre". Pero su mensaje no es la desesperación, sino la valerosa búsqueda a través de un mundo sin esperanzas: ni esperanza ni desesperación. No deposita en nosotros sus ideas: nos incita a buscar las nuestras. Todas sus obras, como las de los trágicos griegos que tan bien comprendía, hablan de horror y de muerte, pero todas terminan con un aleteo de esperanza, como un pájaro que se apresta para la luz de un laborioso día.
Todas estas sugestiones, que vienen casi al correr de la pluma, son el mérito de Szuchmacher. Tenemos al autor ante nosotros, tal cual quiso presentársenos. Ha sido un difícil hallazgo el tono de la obra, punto que en la lectura nos producía dudas: Szuchmacher optó por un tono reflexivo, sin estridencias, con los personajes que, mientras conversan, lanzan con cada frase una confesión, un agudo sarcasmo o un convite, como si quisieran llegar de una vez, por medio de la lucha dialéctica, a un final de equilibrio y armonía que en la obra de Laclos es imposible.
La escenografía fue mínima: dos sillones y dos bancos. El teatro, y en particular Müller, no necesita más. En la actuación estuvieron admirables hasta la perfección y como siempre, los actores predilectos de Szuchmacher con quien integran ya una compañía: Ingrid Pelicori y Horacio Peña, a propósito de quienes hace tiempo se nos agotaron los adjetivos laudatorios.

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